Capítulo 18 A medianoche.

0 comentarios

Los golpetazos resonaron en los oidos de Manfredo como un cañon, al principio pensó que estaba soñando pero la insistencia de los mismos no dejaba lugar a dudas, alguien aporreaba su puerta.

-Un momento (gritó)

Encendió la coqueta lámpara que había junto a la cama y de muy mala gana cruzó el amplio recinto en dirección a la puerta.

-¿Es usted Manfredo Dalandri?

-¿Quien lo pregunta?

-Policía secreta, queda usted detenido por el asesinato de la prostituta Jacinta Rubio. Vistase y acompáñenos... ¡Ahora!

Manfredo no podía creer que aquellos tres hombres como tres vigas de acero,cubiertos con sombrero y largas gabardinas estuviesen hablando en serio. Sin embargo el tono del que parecía el jefe y las miradas de los tres no eran las de alguien que bromea.

-Tiene que ser un error ,yo no he hecho nada, están ustedes cometiendo una grave equivocación.

-Vístase

Manfredo se vistió lo más aprisa que pudo mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad, no entendía lo que estaba pasando y un miedo visceral lo sacudió con un latigazo.

Los dos policías que habían permanecido mudos se acercaron a él y de no muy buenos modos lo esposaron, Manfredo pensó por un instante que estaba bajo los efectos del alcohol,que todo estaba siendo una terrible pesadilla.

Bajaron a toda prisa los dos pisos que los separaban de la entrada y ante las incrédulas miradas del personal de noche lo sacaron a la calle.

-Se le va a caer a usted el pelo-dijo el que parecía el jefe- y de un empellón lo subió en el coche.

Capítulo 17 Despedida.

0 comentarios

La despedida de La Polaca fué para Manfredo tan triste o más si cabe que su reciente reencuentro.

La encontró hecha una cochambre,desmelenada,cariacontecida y demacrada,nada del glamour de tiempos no tan lejanos. En realidad ya no le parecía que fuese ella, la belleza de antaño se había marchado con cada desconocido,con cada vaso de whisky, sintió lástima.

-Bueno Manfri (ella solía llamarlo así cariñosamente),cuéntame ¿cómo es eso de que te vas tú solito de viaje? ¿crees que estás en condiciones para eso?

-¡Vaya mujer! ni que estuviese hecho un carcamal! ¡Qué cosas tienes! ,anda por qué no me pones otro cóctel de los tuyos?

Ell se levantó y con paso cansino se acercó a la barra donde tantas horas había pasado tratando de ganarse la vida,cogió la botella y preparó uno "de los suyos" algo realmente explosivo. Se acercó de nuevo a él y tras sentarse muy próxima le espetó:

-Me muero Manfri,estoy muy enferma,los médicos me han dicho que no hay nada que hacer,puede ser en cualquier momento,no tiene arreglo.No quería decírtelo así pero me daba miedo que te fueses sin saberlo,ya sabes por si...las moscas.

Manfredo se quedó impávido,impertérrito,cómo si con él no fuera la cosa,el color de su cara pasó de un incipiente sonrosado a un pálido contundente en cuestión de segundos.

-¿Estás segura,no será un error?

-No mi querido Manfri, el hígado... tres meses a lo sumo,eso dijeron los médicos.

-¿Cómo no me los ha dicho antes?

-¿Para qué tonto? te encontré tan abatido con tus asuntos...

Pasaron el resto de la tarde-noche recordando tiempos mejores,tiempos gloriosos que ya pertenecían a la memoria del olvido y Manfredo al besarla profunda y cálidamente tuvo la certeza de que en esa despedida su amiga le decía adiós por última vez.

Capítulo 16 Fin de Trayecto.

0 comentarios

- Despierte Señor, hemos llegado.

Manfredo entreabió lentamente los ojos y vió como el revisor se alejaba con paso vivo pasillo adelante.

Había pasado la mayor parte del viaje durmiendo como si una gran descarga de tensión acumulada le hubiese permitido por fin descansar.

Salvo un par de conversaciones insulsas con los militares y unos cuantos cigarrillos fumados en la soledad de los descansillos el resto del tiempo había transcurrido ausente.

Cuando por fin se incorporó todo el mundo había desaparecido, como si nunca hubiesen estado allí.

Cogió lentamente su pesada maleta del portacargas,se abotonó con esmero la gabardina-pues estaba lloviendo- y lentamente descendió del convoy.

Un muchacho de no más de quince años se apresuró a ofrecerle llevar su maleta y conseguirle un taxi.Manfredo aceptó gustoso,lo último que le apetecía hacer era cargar con esa dichosa maleta tan ajada y cansina como su propia existencia.

Cuando llegó a la entrada principal de la estación el taxista-un hombre corpulento con cara de pocos amigos-ya había cargado su equipaje.Manfredo se acercó al muchacho y le dió unas monedas,subió al taxi y tras indicarle al conductor el hotel en el que se iba a hospedar encendió un cigarrillo y contempló por la ventana el sempiterno "chirimiri" del norte.

Era más de lo que le había dicho la chica de la agencia,una ostentosa entrada llena de adornos daba paso a un magnífica galería rodeada de árboles y una fuente.En las paredes colgaban obras de diversos autores,algunos de renombre,pero desconocidos en su totalidad para Manfredo.

El botones se detuvo delante de la puerta y con un estudiado gesto abrió la misma. Manfredo-poco dado a las exteriorizaciones- no pudo contener un comentario de admiración...

-¡Magnífica muchacho!,¡Magnífica! y con gesto de aprobación volvió por segunda vez en poco tiempo a extender unas monedas.El botones hizo una ridícula reverencia y cerrando la puerta despareció.

Un gesto de infinita satisfacción recorrió el rostro de Manfredo,al fin estaba sólo y en un lugar en el que nadie le conocía,podía por fin descansar.

Se sirvió del surtido bar una copa de ginebra y tras encender un cigarrillo se tumbó en el diván que había junto a la ventana,llovía con algo más de fuerza y tenía siete días por delante.

Capítulo 15 Monos.

0 comentarios

Diluviaba como sólo en determinadas zonas del planeta lo hace,las ramas de los gigantescos árboles apenas podían contener la cascada de lluvia que caía hacía horas, mientras esta arreciaba.

Los animales que eran multitud, habían desaparecido de la escena y solamente algún que otro mono despistado se protegía del aguacero como buenamente podía bajo las enormes palmas.

Una inmensa sombra negra cubrió toda la enorme extensión vegetal y un estruendo monumental sacudió del letargo impuesto a todo bicho viviente.

Manfredo a una con la jungla, despertó sobresaltado.

Aún medio inconsciente se dio inmediatamente cuenta de cual era su situación, y esta desde luego no se presentaba nada favorable,claro que había andado en otras pero esta se llevaba la palma.

Parece que se acercan, quizá estén a dos horas como mucho,no puedo demorarme más tengo que avanzar como sea,si mis cáculos no son erróneos debo de estar a unos seis kilómetros de la desembocadura,he de llegar a toda costa y cuanto antes o esto se habrá acabado.+

Estaba empapado,las lonas y plásticos que colocó a modo de parapeto para guarecerse le habían protegido poco. Se mezclaba en su cara el agua de lluvia con el sudor que se fabrica en los trópicos,la fiebre que era mucha se unía al conjunto.

Como pudo se incorporó lenta y penosamente de un costado y con mano temblorosa y vacilante extrajo del pantalón la última pastilla que le quedaba,después de esta no habría más… adiós al último pasaporte hacia la felicidad.
Comprobó con preocupación que la herida seguía sangrando,no tiene buena pinta-pensó- sangra como sin ganas y eso no es bueno puede dar lugar a trombos-es lo que me faltaba- morir aquí como un perro.

Abrió la cantimplora con el resto de agua hervida que áun tenía y de un sorbo ingirió el fármaco,esperaba que hiciera pronto efecto,en realidad suplicó al cielo que fuese así.

Lo había visto hacer y sabía lo que suponía pero era también consciente de lo que significaría el no hacerlo,no podía retrasarlo por más tiempo tenía que ser ya,aquí y ahora.

Se parapetó como pudo contra el rugoso tronco,acomodó la mochila y demás pertenencias lo mejor que pudo y extendió el chubasquero a modo de improvisado techo.

Abrió el macuto y del doble fondo extrajo la bolsita con el polvo negro,tenía que tener sumo cuidado para que no se mojara,con mimo,lentamente vertió una porción en el cubilete de la cantimplora alzó el bajo de la camisa y como pudo secó la herida,esta tenía un orificio de entrada y otro de salida,afortunadamente. La desinfectaría y la cubriría con una de esas hojas que utilizan los lugareños para las heridas,luego tendría que coserla,cuando hubiera drenado un poco.

El desgarro era muscular y parecía no haber interesado ningún vaso importante,el dolor descomunal hizo que se apresurase y con mano incierta buscó su encendedor de cuerda,lo probó y su viejo compañero de andanzas tampoco le falló esta vez.Sopló suavemente como cuando en alguna ocasión importante prendía un pitillo especial,la punta roja no tardó en ser un ascua
-lo tengo todo,está encendido,es el momento-

Vertió con primor y miedo la polvora y la extendió con suavidad sobre la herida,en la parte más prominente (la cresta de pólvora más separada de la piel) acercó la lumbre.

Fué algo instantáneo,fulminante, la lengua roja abrasó la brecha y un grito ahogado surgió con furia de su garganta,un mono estúpido y chorreante que parecía hacerle burla fué lo último que quedó impreso en su retina.